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ANÁLISIS

La caspa

  • No es una errata, es tratar de mejorar la definición de cierta parte de la clase política actual

  • Casta es demasiado digno para quienes se quedaron de forma burda dinero de los demás

  • Las 'tarjetas B' de Caja Madrid han hundido la dignidad política

Rodrigo Rato y Miguel Blesa, en un encuentro financiero en 1998.
Rodrigo Rato y Miguel Blesa, en un encuentro financiero en 1998. Jaime Villanueva
No es una errata, es tratar de mejorar la definición de cierta parte de la clase política actual. Porque casta es, si me apuran, demasiado digno para quienes se han estado quedando de una forma tan burda y cutre el dinero de los demás, al que accedían además por nombramientos públicos.
Eso no es casta, eso no es una élite dirigente manejando en su beneficio la realidad política, esto es un saqueo rancio sin escrúpulos perpetrado por quienes sólo tenían el objetivo personal de enriquecerse.
Son caspa, es una España casposa que negocia nombramientos políticos sin proyecto alguno más allá del reparto por el reparto y que es incapaz de controlar que surjan tarjetas de crédito sin control con las que se llegan a gastar más de 15 millones de euros entre menos de 90 personas.
Si uno hoy comete la osadía de ir hacia atrás en el tiempo, de buscar en Google algunas relaciones de nombres entenderá demasiado. Prueben a hacer combinaciones como yo he hecho sin obviar nombres, partidos o sindicatos o sírvanse de poner aleatoriamente los nombres de los 86 que aparecen con tarjetas . Les aseguro una comprensión del panorama político español como ningún otro analista pudiera hacer.
Y es caspa y no casta porque usar una tarjeta de crédito para sacar dinero en efectivo, para compras en supermercados y gastos en peluquerías ni siquiera llega a ser un entramado de corrupción, no es un 3%, es un robo sin más, es quedarse dinero por quedarse el dinero, especialmente cuando los sueldos de quienes ya ostentaban esas tarjetas eran de por sí elevados.
Casposos que han tenido el descaro de asegurar al resto de ciudadanos que habían vivido por encima de sus posibilidades, casposos que han votado a favor de las emisiones de preferentes mientras hacían uso de estas tarjetas y casposos que por pura avaricia llevaron a la quiebra una caja cuyo rescate nos ha costado a todos los españoles más de 22.000 millones de euros. ¿El importe de las tarjetas era el precio para que se mirara hacia otro lado cuando se efectuaban operaciones ruinosas para la entidad?
Ahora intenta defender ante cualquier ciudadano que el problema del hundimiento de las cajas no era por tener a políticos en su dirección sino por los políticos que tenían, intenta defender la eficiencia de la gestión pública, de la necesidad de un Banco Público, de la real y conveniente presencia de control público en los mercados. Te van a escupir y con razón.
Esas tarjetas han hundido la dignidad política, han dejado a los pies de los caballos a quienes todavía hoy creemos en ese espacio político como garantía de defensa de los intereses de los ciudadanos. Una esencia democrática que ahora, según la escribo, suena a broma por culpa de estos impresentables que dejan a Torrente, en comparación, como un referente bastante digno.
Humillación especial por esos consejeros del PP,PSOE, de IU, de CCOO y de UGT. Representantes al servicio de la ruindad más absoluta en puestos a los que accedieron -en no pocos casos- tras guerras internas en sus propios partidos. Guerras de nombres, de colocar a uno frente a otro. Peleas que no se entendían entonces demasiado bien pero que hoy, con la evidencia numérica, abochornan al más templado de los socialistas.
Los que ahora dimiten aciertan -no tenían otra opción- pero les falta devolverlo todo, algo que les será imposible. La parte económica sí, seguro que pueden hacer frente a las cantidades que estos días se asocian a sus nombres, pero jamás podrán devolver la credibilidad que han robado al resto de políticos honrados que hoy por su culpa, tendrán que agachar la cabeza cuando salgan a la calle.
Ni pagarán el daño hecho a las instituciones, al sistema, a la gestión pública. Con su dimisión no baja el nivel de un vaso desbordado por la gota que han supuesto, que se suma a los enormes sueldos que muchos poseían y que se suma a los créditos a tipo cero que se autoconcedían demasiados.
Esta caspa es la verdadera antisistema, es el verdadero coste que no nos podemos permitir, la que hace inviable una Renta Básica, la que impide que se paralicen los desahucios, la que calla -con la boca llena- ante las emisiones de preferentes. Las casta tiene un objetivo político, la caspa sólo personal, de enriquecimiento a costa de los demás y a costa de la política en sí misma.
El verdadero problema de España es esta caspa, les aseguro que ojalá sólo fuera casta a lo que nos enfrentamos.