Natalia
Fernández Romero
UN
PODER EN LA SOMBRA: COMUNICAR O HACER COMUNICAR
Artículo
Revista de Comunicación Nº 25 Año 2012
Autor:
Manuel Cuadrado Basas
El 22 de Octubre de 1962,
John F. Kennedy se dirige a su país en uno de los discursos más decisivos de la
historia: el presidente a nuncia que han descubierto misiles nucleares en Cuba
y que tomará medidas contundentes al respecto.
En la película “Trece días”,
Ted Sorensen (Tim Kelleher) recibe el encargo de redactar ese discurso, pero
dado que aún no está decidida la estrategia a seguir, se pide a Ted que prepare
dos textos: uno para explicar el inicio de un bloqueo a la isla como medida de
presión; el otro para exponer las razones por las que EEUU va a atacar Cuba confiando en que Moscú
no reaccionará con una escalada nuclear.
Tras la emisión televisiva
del discurso en el que se anuncia el comienzo del bloqueo, Kenny O´Donnell
(Kevin Costner) secretario del presidente le dice a Ted Sorensen: “Ha sido un
discurso muy bueno. No sé qué habrás hecho con la versión de los ataques aéreos”.
A lo que Sorensen responde: “No fui capaz de escribirla, Kenny. Es muy difícil
redactar lo impensable. Lo intenté, pero no pude”.
Ted Sorensen era consejero
especial del presidente, o sea, que escribía las alocuciones de su jefe, una
tarea común entre los responmsables de Comunicación Interna.
Este cometido puede
percibirse como una carga de poco prestigio, pues el eclipsado nunca podrá
brillar en escena con protagonismo propio. Pero también se puede aceptar como
una oportunidad para ejercer el poder de la comunicación.
PARA ACABAR CON EL ESTILO
“El comunicador no tiene
que tener estilo. Si ustedes quieren tener estilo, háganse artistas”. Así de
rotundo se manifiesta Norberto Chaves (asesor de identidad corporativa). Quizá
resulte excesivo. Al expresarse puede ser adecuada una cierta voluntad de
estilo para lograr composiciones limpias, precisas, llamativas… y con una marca
de identidad. Lo cuestionable más bien sería si la identidad que aporta el
autor coincide con la que necesita imprimir la organización, o de manera
específica en este caso: cuánto debe pesar la figura de quien firma el mensaje
(que no siempre coincide con su creador).
Como dice otro recomendable
experto en estas materias, Alejandro Formanchuk, si en una pieza se ve al
autor, dejará de verse tanto a la empresa que lo respalda como a su marca, “que
en definitiva es el verdadero emisor y el único que debería estar hablando”.
Ocurre que – continúa Formanchuk
– “la profesión del comunicador es una actividad difícil porque nuestro
objetivo es pasar desapercibidos. Después de todo elaboramos mensajes que no
son nuestros, no los decimos nosotros ni son para nosotros”.
Los estilos, las modas, las
preferencias o guiños particulares deben quedarse en el bolsillo del autor.
PARA ACABAR CON LAS NORMAS
El autor fabrica trajes a
medida y a gusto del usuario. No hay recetas precocinadas. No hay reglas, o
quizá la única válida es que la comunicación sea efectiva, lo cual significa
que esté alineada con los objetivos de la organización que la demanda. Todo lo
demás es negociable o circunstancial.
Entonces, ¿no quedamos en
que el planteamiento siempre debe ser…
-
…ameno? No siempre: a lo mejor hay ocasiones
que recomiendan un discurso deliberadamente empalagoso, que en realidad busca
relajar la atención y lograr que se acepten acuerdos difíciles en otro
contexto. Cuidado: que no se haga entretenido no quiere decir que el asunto no
revista interés para el público, algo que siempre debe estar presente.
-
-…comprensible? No siempre: a lo mejor hay
ocasiones que recomiendan un discurso deliberadamente oscuro aparentando
complejidad interna, que en realidad busca evitar que se indague más allá en el
contenido.
-
… comprensivo? No siempre: a lo mejor hay
ocasiones que recomiendan un discurso deliberadamente provocador, para
recolocar al interlocutor en un nuevo plano de entendimiento.
Se
dice que cuando Guinea Ecuatorial obtuvo su independencia (12 de octubre de
1968) el presidente Francisco Macías tenía dos posibles discursos preparados :
en el bolsillo derecho una declaración amarga contra la metrópolis española. En
el izquierdo (el que finalmente usó) llevaba otro de tono conciliador.
Alguien
habría escrito esas dos intervenciones alternativas, y la decisión se tomaría
dependiendo de la meta perseguida en concreto. Es entonces imprescindible que
el autor conozca lo que de verdad se pretende conseguir, y alrededor de ello
haga orbitar todo lo demás, tanto el contenido como la forma en que se presenta.
El autor desaparece, queda sustituido por los elementos de comunicación que ha
preparado y que frecuentemente no tendrán su firma o su cara cuando se hagan
públicos.
Un
texto institucional, un comunicado corporativo, un cartel, los entregables en
un evento interno de la empresa, las transparencias de una presentación, las
respuestas a una entrevista pactada o el discurso del presidente, no deben
revelar al escriba oculto tras ellos sino que se pliegan a la marca corporativa
o a la imagen que necesita trasladar el personaje que los presenta.
Un aspecto
especialmente complejo es transmitir emociones. Partiendo de que el mensaje
calará más si hay implicaciones afectivas (buscadas y reguladas desde el emisor
hacia el público), en el caso particular de que el ponente no sea quien haya
preparado el material, dentro del paquete de recomendaciones previas que dará
el experto, debe figurar cuál será el estilo emocional que la persona tendrá
que imprimir al discurso. Es la parte más difícil:” influir sobre el influyente”
para que transmita contenidos que van más allá de las ideas racionales. ¿Qué debería
quedar al final? Sin duda, el entusiasmo. Es lo que mueve a la acción
sostenida.
PARA
NO ACABAR CON LA FUNCIÓN DEL COMUNICADOR
El
que comunica en la sombra tiene una oportunidad de influir en nombre de otro,
porque al preparar los materiales resulta conveniente (y hasta inevitable)
dejar que trasluzca el criterio propio de quien los ha elaborado. En el mensaje
siempre está agazapado el mensajero.
Por
tanto, quien construye piezas de comunicación para otros no pierde su ámbito de
influencia. Elige los términos a utilizar, las metáforas verbales o visuales,
los ritmos, las repeticiones, lo explicito frente a lo implícito… e influye
también sobre la esencia de los argumentos, las emociones que los fundamentan y
el efecto que va a producir todo ello. El experto en quien se confía debe
anticipar la eficiencia sobre las reacciones del público.
Tarea
complicadísima por cierto, la de ser camaleón capaz de adaptarse al entorno. Perder
identidad sin perder entidad. La función comunicadora exige conocer muy bien la
horma y el zapato adecuados para cada ocasión: conocer al emisor, a la
audiencia y, por supuesto, el objetivo a lograr.
PARA
EJERCER EL DISCRETO ENCANTO DE LA INFLUENCIA
La
influencia que ejerce el comunicador es inevitable, sea en primera persona o
por persona interpuesta. El profesional tendría que sacar el máximo partido a
ese ascendente que tiene sobre su público… pero también sobre sus inmediatos
jerárquicos, porque el que narra la historia también la está construyendo.
Para
que el influjo sea efectivo, los materiales deben estar cuidadosamente
preparados. Si el artífice permanece entre bambalinas, puede ser tentador
dejarse llevar por la menor presión y la rebaja en el miedo escénico (que
siempre existe). Pero se equivoca quien descuida el detalle. Improvisar en los
mensajes producirá resultados improvisados. Por tanto, de nuevo hay que recalcar
como único mandamiento conocer bien tanto el objetivo a alcanzar como el
público al que se presenta. En esa preparación conviene dibujar cuál será el
peor de los escenarios posibles, de modo que habrá respuestas previstas incluso
para la situación más desesperante.
Cuando
termina una exposición, en el turno de preguntas el público permanece callado,
es clásico bromear con la presunción de que entonces todo ha quedado tan bien explicado
que no es preciso aclarar nada más. Las posibles preguntas ya están contestadas
por adelantado. El silencio puede producir cierto nerviosismo, pero la ausencia
de manos levantadas es ideal si la verdadera causa es haber conseguido
trasladar a la audiencia todo lo que se pretendía, todo lo que era interesante
para ambas partes, ahora sincronizadas gracias a una comunicación óptima que no
necesita mayores aclaraciones.
El
comunicador tendrá que saber anticipadamente cuál es el grado de autoridad que
quiere alcanzar. Esto es una deliberación individual, previa y serena, que
además necesita revisiones periódicas. Como dice Enrique Alcat: “El ejercicio
de la influencia precisa que te reúnas con cierta asiduidad contigo mismo y
pienses si realmente estás influyendo o tan solo, en el mejor de los casos
informando. Piensa a corto y mira a largo plazo”.
PARA
TERMINAR
Todas
estas particularidades justifican la figura del responsable de Comunicación
Interna en la sombra, ejerciendo un influjo solapado, cosa que puede hacerla
más grata o más ingrata. Dependerá. En ese vaso con agua, es cuestión de elegir
la zona de arriba o la de abajo. El usuario decide.
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