Reflexión personal sobre la aplicación de la ética en el ámbito
público.
Aportada por Victoria Barragán Román
Días atrás la curiosidad me
llevó a indagar acerca del rol de ‘la esposa perfecta’, si bien debo reconocer
que, considerándome una mujer adaptada a los tiempos que corren, la respuesta
obtenida al respecto no podía más que indignarme. Argumentos como: Arregla tu
casa!, Ten lista la cena!, Ponte en sus zapatos!, Sé dulce e interesante para él!,
etc., encontrados en manuales, novelas y códigos de comportamiento en
definitiva, parecen de lo más retrógrado e injusto en una pareja actual.
Pero es entonces cuando, el
paso de los días trabajando en una Administración Pública, asistiendo a las
clases de Organización y Gestión de los RRHH y atendiendo a los medios de
comunicación que hacen eco continuamente de las nefastas decisiones del
gobierno para paliar la crisis, veo claramente cuánto interesa al país la
figura del empleado público, tanto o más que ‘la esposa perfecta’.
Hago un inciso para aclarar
que me refiero a empleado público y por ende incluyo funcionarios y laborales.
Y entre ambos, las medidas soportadas por la dura situación de crisis que
atraviesa el país, contemplan recortes del 5% de salario (2010), congelación
del salario (desde 2010), eliminación del complemento autonómico de la paga extra
de verano y Navidad (2012, 2013 y para qué engañarnos, 2014), reducción de días
de libre disposición, reducción de la jornada de los empleados laborales en un
10%, etc. Así como muchas otras que les salpican por el hecho de ser
ciudadanos, per se.
Retomando la relación objeto
de estas palabras y mezclando humor con realidad, el ‘Decálogo del empleado
público perfecto’ quedaría algo así:
1. El empleado público no debe
manifestase en contra de las medidas tomadas por el gobierno porque tiene
trabajo, y qué más se puede pedir.
2. El empleado público
desempeña su trabajo conforme a los principios de honradez, profesionalidad,
eficacia, imparcialidad y servicio al ciudadano, y tantas otras cualidades
positivas puedan exigirse a una persona.
3. El empleado público estará
en formación permanente para poder cubrir las lagunas de sus superiores.
4. El trabajador público debe
<<olvidarse del cafelito y de leer el periódico>> (citando a
Antonio Beteta, 2012).
5. El empleado público no
antepone su evolución profesional y familiar en época de crisis, sino que asume
con heroísmo que su puesto será el primero en sufrir consecuencias.
6. El empleado público deberá
sentirse satisfecho aun sabiendo el poco poder adquisitivo que tiene, en
extraño caso contrario no estará bien visto sentirse orgulloso de los logros
obtenidos, sino que actuará humildemente.
7. El empleado público será
fiel a su organización y sentirse comprometido con ésta en todo momento.
8. El empleado público actuará
acorde a la “ética de la responsabilidad” (Weber).
9. El empleado público
aceptará el rol social negativo, allá donde vaya y sin oponerse a ello. (Véase
‘el funcionario es un vago’, ‘los laborales son unos enchufados’).
10. El empleado público sabrá
estar en el punto de mira cuando un país esté en crisis, porque probablemente
‘hayan demasiados’; Si todo marcha bien, asumirán la transparencia.
La situación profesional que
el servidor público está viviendo en los últimos tres años me parece más que
injusta y desigual. En poco tiempo su trabajo ha perdido valor, se le retribuye
menos salario por más tiempo empleado. Son presos de críticas y exigencias por
varios frentes a la vez y lo que aún me parece más duro de soportar, se pone en
duda la ética aplicada en el desempeño de su trabajo.
Este desprestigio, que bien
puede tener su base en la falta de diligencia y honestidad por una minoría
carente de motivación y servicio, es otra forma destructiva de lanzar balones
fuera por parte de los verdaderos responsables de la maltrecha economía del
país, pues son éstos quienes pueden tomar decisiones de mejoras de los
servicios públicos a través de planes estratégicos, de calidad y control, pero
parecen más preocupados en salvar su estatus.