martes, 15 de octubre de 2013


Es clásico y, hasta cierto punto manido, el recurrente tema de especialización Vs. generalización en el desempeño de tareas y en la división del trabajo referidas a cualquier organización laboral. ¿En cualquier organización laboral?. Veamos.
Ya desde A.  Comte y su clásica división social del trabajo parece que el ámbito productivo de la economía viene a corroborar que la optimización de la cadena de montaje implica la especialización en cada una de las fases del desarrollo del producto. Sin querer entrar tampoco en ulteriores desarrollos conceptuales como los diferentes taylorismos, fordimos y resto de derivaciones, reconocerse que, cuando menos, desde los orígenes de la industrialización las corrientes dominantes han sido la de la primacía del proceso y subsecuente fase de descomposición de este en módulos independientes y secuenciales.
La propia escuela marxista pone de manifiesto desde muy temprano tal fenómeno cuando identifica el fenómeno bautizado como de "reificación" (Lukàcs) -aunque de manera más castiza podriamos vulgarizarlo como "cosificación" sin alejarnos muchos de su sentido último- por el cual, incluso hasta las más recónditas y alejadas   zonas de la actividad humana  (incluidas las propias relaciones humanas) se desvinculan de la visión de conjunto final propia del artesano que domina  su obra íntegramente -esto es, desde su puro proyecto hasta su trueque final- al de mero elemento añadido a la máquina (verdadero "deus ex machina" laico), maestro únicamente de su cerrada parcela pero que pierde de vista el resultado final como un todo acabado y listo para ser introducido al servicio de la sociedad. Al respecto, es muy ilustrativo un pequeño relato medieval de constructores de Catedrales que refleja a la perfección esta cuestión: habría tres picapedreros labrando piedra. Uno se acerca y le pregunta al primero, el cual responde con la lógica aplastante del momento presente "labrando la piedra". Se dirije al segundo operario y le pregunta lo mismo, el cual responde desde la óptica económica "ganándome la vida". Finalmente el tercero, el verdadero artesano, responde "estoy construyento una Catedral"...
Razones en pro y en contra las hay para todos los gustos y sensibilidades.  Solo apuntar que en el ámbito de la producción parece haberse impuesto un criterio de polivalencia que vuelva a "reintroducir" la visión periférica en cuanto que pretende realzar el conjunto (la empresa, la sociedad, la naturaleza, el país, las futuras generaciones, etc. etc.) primándolo sobre lo particular. No seré yo pués el que vuelva a traerlo a colación.
Sin embargo, lo antedicho me sirve siquiera, para apuntar lo que inicialmente pregunté. ¿Vale este criterio para toda labor humana?. Parece que para la productiva sí. Pero, ¿y para la burocrática-estatal?, ¿sirve igualmente el principio de (perdón por los neologismos “pluriempleabilidad” o “totimanejabilidad”?. Así, "a grosso modo", pareciera que también y, por supuesto considero desde yá, que a niveles transversales en cuestiones como la "atención al ciudadano-cliente", formación continuada o uso de e-herramientas no parece que pueda haber controversia doctrinal. Pero, por supuesto, vengo a referirme a cuestiones de mayor calado, esto es, a aquellas cuestiones que se salen de los meros actos reglados del tipo SI A y B ENTONCES C susceptibles de pura mecanización, y los hago recaer en aquellos de SI A y B, ENTONCES C ó D (actos potestivos o de voluntad, según la clasica definiciòn de Zanobini).
Toda profesión recorre una escala que va desde el operario más generalista hasta el superespecializado técnico; así por ejemplo, de médico de familia a cirujano traumatólogo de la mano y además experto en túnel carpiano o desde el abogado de base al abogado auditor de grandes empresas multinacionales en forma de holding. Evidentemente, a simple vista, se puede fácilmente deducir que aquellos trabajadores de niveles más básicos son susceptibles de intercambio y, por ello, objeto de rotación y tributarios del criterio de que todos sepan hacer de todo (siempre se utiliza a esta escala la coletilla de que “nadie es imprescindible” por el simple hecho de que todos son/somos prescindibles). Es lógico que una formación mucho más específica es también más costosa y por tanto se puede decir que más favorecedora del blindaje. Esto propicia el debate sobre los pros y los contras de esta dinámica que hace bascular el peso entre la conciencia del producto (foco sobre el objeto final) contra la concienda de la producción (foco sobre la eficiencia en el desarrollo). Aunque es un debate interesante no voy a entrar en él; quiero por el contrario llamar la atención en que de una forma u otra, el mundo productivo fija su atención sobre el OPERARIO mejor o peor formado: vas a manejar un Jumbo 400 (de los muchos que hay) porque tienes formación acreditada para hacer tal cosa. Pero, y esa es mi opinión personal aunque no definitivamente cerrada, es que en la función pública no rige este criterio “ad personam” propia del mundo empresarial (“tanto(s) –diplomas– tienes, tanto vales”) y contrariamente a lo que sucede en dicho mundo productivo se opera un nuevo mecanismo al que podría denominarse "atribucionalismo" (disculpas de nuevo por el "palabro") y que implicaría no otra cosa que asignar a un UN PUESTO ESPECÍFICO todas aquellas atribuciones y prerrogativas inherentes a su función jurídica. Sería del todo punto imprescindible que tales atribuciones vinieran delimitadas a través de un catálogo definido de funciones, funciones que tomarán cuerpo a través del funcionariado según reglas de ecuanimidad para su ocupación: pero recalcar que lo que permanece es el puesto mientras que lo que puede varíar es el operario, que en la función pública tiene una formación homogénea según adscripción a Cuerpos y Escalas. Para ello, naturalmente, en cada Función Pública debería contarse con una completa relación detallada (susceptible de modificación según necesidades, ello es una cuestión aparte) de atribuciones y asignaciones al cargo.
Todo lo dicho implica que es la función jurídica del propio puesto es la que determinará las herramientas funcionales de las que se revestirá al funcionario que lo desempeña. Con esta atribución a una persona (con nombre y apellidos) queda también asignada un sector muy concreto de la actividad de la Administración del que aquel tendrá que dar cuenta llegado el caso, acentuando al tiempo, su condición de inamovilidad en tanto ostente su vinculación al cargo, ya que esa atribución es suya y solo suya (de su puesto) y como consecuencia ni eludible por sí mismo ni "puenteable" por la estructura. Nada habría más dañoso para la gestión pública que un conjunto de puestos de trabajo innominados (las típicas "Asesorías Técnicas", "Negociados o Secciones de Gestión", o los de "Servicios Generales") que además no conllevan tarea alguna y cuyos contenidos son repartidos al arbitrio de los responsables "de libre designación". Ello propicia un "amansamiento" del técnico actuante (ya que si no lo hago yo lo va a hacer otro), amén de una difuminación de la responsabilidad (no lo hace un funcionario con nombre y apellido, sino "el Servicio") De hecho, el trabajo encomendado a un empleado funcionalmente genérico puede "por necesidades del servicio" ser reasignado a otros empleados más moldeables.
Quiero traer a colación al respecto una observación muy ilustrativa que al hilo de la formación del personal funcionario (esta es otra cuestión muy interesante) manifiesta el Prof. Bouzas Lorenzo en su informe "Gestión por Competencias y Políticas de Formación de los Empleados Públicos: la Comunidad Autónoma de Galicia" cuando expone que "el proceso de elaboración de un catálogo básico de funciones, necesario para proponer un estándar de conocimientos y habilidades relativo al nivel de puesto de trabajo, permitió desvelar problemas importantes de percepción de roles (estructura organizativa). El equipo de investigadores que llevó a cabo el proyecto dedicó una parte considerable del trabajo a observar las posiciones de mando intermedio (subdirector general, jefe de servicio, jefe de sección) y puestos base, desvelando no sólo las discrepancias entre el ajuste real de la carga de trabajo y las funciones que reglamentariamente deben asumir, sino también la percepción que sus ocupantes tienen de las competencias que poseen y deberían poseer y su visión del rol que desempeñan en la organización. En el origen de los mencionados problemas de percepción de roles se encuentra la inexistencia de catálogos en los que se especifiquen las funciones y las competencias asociadas a éstas, una carencia considerable para la gestión pública. A partir del cuestionamiento a los ocupantes de los puestos sobre las funciones que reglamentariamente se le imputan, las que de facto llevan a cabo, y tras indagar sobre la interacción con puestos superiores e inferiores, el margen de autonomía, la toma de decisiones y la frecuencia, motivo y soportes de comunicación, el equipo sugiere una descripción de funciones a la que finalmente se vincula un perfil de refuerzo de competencias".
Quizás como conclusión apresurada, la de que mundo productivo y mundo administrativo tienen, cuando menos en este aspecto bastante poco de común.

Aportación blog Bloque I
José Ramón Malagón Cansino.
4º GAP

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