RACIONALIZACIÓN DE LA FUNCIÓN PÚBLICA ESPAÑOLA: UNA
PROPUESTA.
Mucho
(y generalmente mal) se ha debatido sobre los múltiples defectos de la Función
Pública española. Bien es sabido que los dos elementos fundamentales que la
aquejan son la del clientelismo –generadora a la postre de corrupciones tanto activas, como generalmente mucho más frecuentes,
pasivas o de dejar hacer— y, fundamentalmente, su “elefantiasismo”, convertida
en algo gigantesco y grotesco que cuesta muchísimos millones de euros que bien
podrían ser aplicados a otras cosas más urgentes y necesarias.
Ni
que decir tiene que tal estado de cosas la debemos a la forzada originalidad
española que supuso la entronización de algo tan desdibujado y mal diseñado
como fue el “invento” del estado de las Autonomías, que en resumen no era ni
federal ni centralizado, sino todo lo contrario. Me imagino que debió ser por
aquello de las presiones y querer dar una solución urgente a los sentimientos
nacional-folkloristas tras la salida de la dictadura. No voy a entrar en esta
cuestión aunque en el fondo intuyo que lo que realmente pulsaba era algo así
como un “habéis chupado ya mucho, ahora nos toca a nosotros” (mal pensando que
es uno, ¡qué le vamos a hacer!). De ahí, a crear miniestados a cuenta del presupuesto, no hay más que
un corto camino. Y como además coincidió con la entrada a espuertas de dinero
de la UE que nos premiaba por ser buenos demócratas, pues la cosa parece ser
que salió medio qué… ¡hasta la crisis económica actual!.
En
otro orden de cosas, también se ha debatido hasta la saciedad si el modelo
francés de función pública era mejor que el anglosajón, Weber mediante. Los dos
tienes sus pros y sus contras. Yo me decanto personalmente para el caso español
por el sistema continental o francés dado que nos hallamos ante un Estado
altamente intervencionista (y por tanto, procedimental), heredero del otrora
estado paternalista franquista (en el fondo no nos llegamos a quitar la figura
del padre, que tanto gustaba a Freud), aunque eso también es otro tema sobre el
que tampoco voy a entrar: solo constatar que tenemos el que tenemos y punto.
Bien,
el caso es que debido a los avatares propios de nuestra historia, nos
encontramos ante un Estado al que sirven múltiples Administraciones y que por tanto
es absolutamente mastodóntico, inasumible y encima ineficaz. ¿Qué hacer?. Yo lanzo
una propuesta bien simple basado en la literalidad (no en las soluciones
creativas de nuestro inefable cuarto poder, el TC, o sea) del artículo 149.1.18
CE cuando dice que “el Estado tiene competencia exclusiva sobre:… Las bases
del régimen jurídico de las Administraciones públicas y del régimen
estatutario de los funcionarios que, en todo caso, garantizarán a los
administrados un tratamiento común ante ellas; el procedimiento administrativo
común, sin perjuicio de las especialidades derivadas de la organización
propia de las Comunidades Autónomas”. Esto es, un sistema que desde lo
común se adapte a la especificidad de cada Comunidad Autónoma.
Y,
¿cómo hacerlo siendo además eficaz, eficiente y económico?.
Ahí
va mi propuesta: en primer lugar, derogar el art. 55.2 EBEP que dice que "las Administraciones Públicas, entidades y organismos a que se refiere
el artículo 2 del presente Estatuto seleccionarán a su personal
funcionario y laboral mediante procedimientos..." y resto de normas similares, y en segundo lugar, que por contra todos los funcionarios del Estado, independientemente de la
Administración de adscripción, serán seleccionados y nombrados por el Estado a
través de pruebas comunes de conocimiento y competencia en una primera fase.
Por tanto, todos, TODOS, los funcionarios serán funcionarios del Estado. Ello
implica un Estatuto común para todos y contra un presupuesto igualmente único.
Con este sistema nos aseguramos una plena racionalización económica. Además con
la ventaja que supone la unificación de un solo sistema de derechos y
obligaciones de función pública.
Por
supuesto, ahora y junto con aquellas pruebas selectivas que se realizan en
primera instancia, podrá y deberá haber una segunda tanda de pruebas, bien de
realización simultánea o posterior, competencia de la Administración a la que
se oposite (desde la propia peculiaridad de una Administración Local, una
Universidad o bien una Comunidad Autónoma). En esta segunda prueba, ni que
decir tiene, que se podrán exigir aquellos conocimientos que se crean oportunos
(desde la lengua vernácula o la de hacer encaje de bolillos autóctono). Y, naturalmente, ser superadas independientemente. Algo
así como el tramo estatal y el autonómico del IRPF, si se quiere una analogía.
Por
tanto, cuando uno gane plaza, será porque se es funcionario nacional en primera
instancia y con habilitación para una especial Administración.
Y
serán funcionarios del Estado dependientes orgánicamente del Estado nacional
pero funcionalmente adscritos a la concreta Administración de la que se trate,
y que desarrollará su labor conforme a los criterios que rijan los parámetros
por los que se ordene según su concreta potestad autoorganizativa. Y ello, como es lógico, no está reñido con que cada Administración dote sus puestos con los emolumentos y derechos que estime oportuno a través de los complementos "ad hoc" que se prevean.
Además
de la racionalidad en los planes de empleo (las plazas a repartir anualmente deberían ser analizadas, acordadadas
y, finalmente, autorizadas en algún tipo de Conferencia sectorial o similar cosa
en base a disponibilidades presupuestarias), se posibilitaría la movilidad
interadministrativa, con la sola superación de la fase específica de oposición
de la Administración convocante y sin tener que volver a sufrir las pruebas,
digamos, de contenido común, lo que redundaría en el aprovechamiento y rotación
de efectivos valiosos. Incluso, forzando la cuestión un poquito más si se me permite, podría haber posibilidades de concurso de movilidad interadministrativa con menores requerimientos para los puestos de índole más básica, ya que, repito, todos seriamos en primera instancia funcionarios nacionales.
Y
por último, ya que este espacio no da para más, se controlarías los “aparatos” y
“cotos” que colocan a los “nuestros” frente a los “tuyos”. En resumen, alejamos
la contratación de personal de los centros que tienen mucho interés en
contratar precisamente a “su” personal.
Porque
cuando el funcionario está más cerca de quién gobierna, en realidad, más alejado
está del ciudadano y su interés.
Reflexión
personal Bloque III
José
Ramón Malagón Cansino.
Alumno
GAP.
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