La elevada complejidad de la sociedad actual unida a un contexto marcado por
la crisis económica presenta un escenario con elevada demanda de liderazgo en
los diferentes ámbitos público, empresarial o social. Aunque abordar el concepto
de liderazgo en lo público no es fácil, la Administración, como elemento clave
en la provisión de valor público y bienestar social, también demanda líderes y
equipos capaces de emprender procesos de reforma.
Mirando a la cúpula de las organizaciones públicas encontramos que los
incentivos que encuentran los políticos para priorizar una reforma en el ámbito
administrativo son muy débiles, especialmente porque su éxito es remoto en
tiempo y posibilidades y la valoración del ciudadano va a ser muy baja cuando no
nula.
De esta forma podríamos pensar en líderes en forma de directivos "ideales"
que serían aquellos capaces de aglutinar al máximo nivel tres capacidades:
formulación y diseño de políticas públicas, gestión interna para poner la
maquinaria administrativa en marcha y consecución de un entorno que autorice,
apoye, tolere o favorezca la implantación de la estrategia definida.
Por otra parte, las organizaciones en general, y las públicas en particular,
están sometidas en estos tiempos a varios efectos concurrentes. Por una parte,
el creciente valor de las personas y la proliferación de redes tenderán a
deslocalizar el conocimiento y el poder. Por otra, se plantean nuevas demandas
en el capítulo de las habilidades: escuchar, convencer, conversar, interactuar,
cohesionar, ejemplificar, transparencia, inquietud y curiosidad permanente.
Es obvio que aglutinar en una o pocas personas todo lo anterior es un ideal
que está lejos de existir. Podríamos, sin embargo, hablar de un óptimo en forma
de liderazgo compartido y distribuido entre las diferentes personas que componen
los equipos políticos y profesionales: líderes maestros, capaces de inculcar y
fomentar la predisposición para que todos sepan qué aportar en un proyecto
determinado; líderes que escuchen y generen cauces adecuados para la gestión del
conocimiento como vía para estimular el aprendizaje organizativo; líderes que
puedan producir micro-innovaciones en pequeñas actividades del día a día al
servicio de los ciudadanos.
Líderes, a todos los niveles, capaces de llevarnos hacia una Administración
pública inteligente en la sociedad del riesgo y del conocimiento que marca este
comienzo del siglo XXI.
Publicado el 29-01-2009 , por Oscar
Cortés. Vicepresidente del Club Dirección Pública Esade Alumni
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