El caso era –es- que este hombre, que no
contaba con más recomendación que su oposición ganada en dura competencia, no era -es- más que uno más
en una Administración saturada y absolutamente
bloqueada en el ascenso socioprofesional por el exceso de efectivos en esa misma
situación (y que pueden llegar a hacer bueno el dogma de la selección darwinista
en las organizaciones); el caso es, como digo, que se le presentó la ocasión de
poder escalar: sus buenas actuaciones en determinados asuntos que otros no querían
o no podían asumir parece que agradaron allí donde corresponde y ello provocó
su ubicación en uno de esos famosos puestos de libre designación (de confianza,
vamos).
Naturalmente, una de las exigencias consiste en que en ese flamente
puesto (realmente, como en todos los de ese tipo) se debe dar satisfacción y
cumplida cuenta de todos los “deseos” de aquellos que sí habían llegado al cargo
por ser alguien dentro de la “nomenklatura” partidista que copaba las cúspides jerárquicas
de la Administración pública. Sabía –sabe aún, como lo saben todos los que se
encuentran en la misma situación– que si no llegaba a la altura de las
exigencias tarde o temprano la queja llegaría a quién le había nombrado y su
puesto estaría verdaderamente al borde del precipicio.
Y en su campo de conciencia supongo que asume -ese es el motivo de su mala "cara" pienso yo- que llegado el caso de que
no pudiera dar más de sí o que tuviera que oponerse en su calidad de honesto y
riguroso funcionario a alguna cuestión espinosa, finalmente caería el tajo y
deberá abandonar el puesto para cedérselo a otro que venga con renovadas energías y ganas de servir.
Pero lo que es peor aún, que esto sería visto como un puro cambio técnico
cuando, a la vista está, no lo es.
Esta pequeña introducción no es más que para poner de
manifiesto algo que ya conocemos y es que la función pública weberiana
(meritocrática) tal y como la conocemos está a punto de dejar de existir (si no
lo ha hecho ya). No parece que exista controversia al respecto, ni siquiera jurídica
(veanse recientes sentencias del TS sobre la Agencialización en Andalucía y que una compañera más abajo ha reseñado).
Pero en lo que sí quiero centrar esta pequeña reflexión es
que quizás el problema no esté en la politización partitocrática de la cosa pública;
de hecho hay sistemas en otros países que funcionan más en esa línea y sus
resultados ni son menos buenos ni menos democráticos. Lo que veo absolutamente
dispar y chirriante es que estemos legislando y elaborando normas y
procedimientos de un tipo de Administración pública cuando realmente su devenir
y su dinámica hace ya bastante tiempo pertenecen a otro sistema.
Como consecuencia, creo que lo que falta es una labor de
armonización y unificación de criterios a la hora de abordar la problemática y el diagnóstico de
la función pública. Y por supuesto, no me estoy refiriendo a funcionarios Vs.
laborales o inamovibilidad Vs. rotación. De hecho, el mismo ejército está
profesionalizado; no veo yo dificultades en la existencia de jueces o “sheriffs”
electos o de "familias" de catedráticos.
Voy más lejos, mi tesis consiste ni más ni menos en que las reglas
de elección deberían estar claras y que lo estuvieran para todo el mundo, independientemente de cuales fueran estas. Y la regla primera que
debería explicitarse es que no es el mérito lo que cuenta ahora sino la
adscripción a alguna concreta organización política: quiero suponer que sí todo el mundo supiera
que para llegar a algo se debe ser del partido X o Y pues no pasa nada, pero
nos ahorramos esfuerzos inútiles basadas en falsas creencias e indignaciones malas para la salud.
Si el CGPJ está hoy en boca de todos no es porque esté
funcionando mal (de hecho los Jueces no se quejan de la mala gestión su gobierno) sino por la
elección basada en la adscripción política. ¿Qué hay de malo en ello?. Por lo mismo, si un ciudadano con carnet del partido lo
tiene más sencillo a la hora de obtener la beca, la subvención, o la dependencia pues eso no es en sí
malo, siempre que esa circunstancia sea públicamente conocida. Lo malo, lo pernicioso, es
que las reglas del juego no estén claras y haya gente que se aproveche de ello haciendo pensar otras cosas (¡sí, sí!, ¡tú publica que yo me estoy acercando al poder!).
Yo podría entender que a alguien de un partido su partido le
conceda algo frente a mí si yo no lo soy, pero lo que no entiendo es que alguien consiga
algo con los mismos (o menores) méritos que yo alego si no sé que hay algo que actúa por
debajo y que no controlo. Simplemente, como ocurría con la cesantía, ya llegará
mi turno en su momento y me colocaré yo y te expulsaré a tí. Como digo, será mejor o peor el sistema (yo creo que es
bastante peor), pero como poder ser puede ser y así, cuando menos, tendré la capacidad de articular mi
estrategia ya que las reglas están a mi alcance.
Y si algún día, ocupando nosotros un cargo de libre
designación nos expulsasen injustamente de este, ya no habría que recurrir a alegar razones absurdas
de discrecionalidad técnica que ofenden a la razón (incluso aunque las hubiere realmente) sino de mero ataque político:
lo que se le hace a un miembro de la organización se le hace a su organización. Entonces, por esta vía,
quizás se cuidaran de no meterse mucho con un funcionario-politico al que abriga su
partido porque entonces, llegado el momento de ocupar la plaza del que ahora
ocupa, habría que tomar las lógicas represalias...
A no ser que negociemos un pacto de no agresión y coexistencia pacífica. Y estando tranquilo y al abrigo de injerencias espúrias, ¡oiga!, a lo mejor me puedo dedicar a la función pública.
¿Broma?. Quizás no tanto.
Aportación personal
2ª Bloque-
José Ramón Malagón Cansino.
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