martes, 19 de noviembre de 2013

Motivar a los funcionarios, ¿a quién le importa?

Noticia publicada por: Cayetano Recio Alcaide

Ocuparse del estado de la motivación de los funcionarios puede no ser muy popular, pero no hacerlo es una estupidez. Son el mayor colectivo laboral del país ( y el más costoso, para 2014 están presupuestados 21.300 millones de euros en gastos de personal) y son vitales para determinar la dinámica y la eficacia del Estado. De ellos dependen la educación, la sanidad, la justicia y todo tipo de tramitaciones administrativas y regulatorias. Por eso es necesario preguntarse por qué más de tres millones de personas con puestos fijos y sueldos hoy en día envidiables, están en su mayoría aburridos y desmotivados.
En el imaginario popular un funcionario es alguien áspero, lacónico o prepotente que nos impone el poder que su posición le otorga. Alguien que rara vez expresa ilusión o entusiasmo por su trabajo. Si reflexionamos desde las teorías de la motivación el fenómeno es muy interesante pues demuestra la insuficiencia motivadora de la seguridad en el empleo, los salarios dignos, las facilidades para la flexibilidad y el trato supuestamente igualitario. Factores a los que muchos imputan la satisfacción profesional.
Al comenzar de su carrera, cuando superan la oposición, los funcionarios viven una fase de euforia personal derivada del hecho de haber, y haberse, demostrado sus capacidades, de poder mirar al futuro con seguridad y, en muchos casos, del hecho de poder servir a la sociedad. Poco sospechan que mucho de ese impulso e ilusión que sienten se debe a algo que, justo por alcanzar la meta que perseguían -ser funcionarios- ,perderán en gran medida en el futuro; me refiero a la conexión entre el trabajo bien hecho y el esfuerzo con el éxito y el sentido de logro y reconocimiento. Esa conexión, que refuerza el necesario sentimiento de valía personal, puede debilitarse mucho en la función pública. A menudo sólo opositando de nuevo volverán a alcanzar esa sensación de “autoeficacia” (Bandura, 1.977) tan vital para establecer el saldo motivacional personal. En la “luna de miel” inicial los funcionarios disfrutan de un nivel profesional y un sueldo que sienten como merecidos al haberse obtenido con esfuerzo y saberse parte de un sistema que teóricamente les permitirá progresar. Pero esa estructura, de cuya pertenencia se extraerá una parte del sentido personal de identidad y valía, es más rígida, estática y, sobre todo, inerte de lo que puede imaginarse. Es inerte porque, en ella, ser un buen profesional o uno malo apenas marca alguna diferencia en términos de reconocimiento y progresión; porque los jefes disponen de pocos medios para premiar; porque el factor liderazgo -tan importante para aportar estímulos a los empleados- no es muy abundante en ese medio; porque en la mayoría de las ocasiones en que sería necesaria la aplicación de medidas disciplinarias (negligencias, absentismos, etc.), no se aplican y porque, frecuentemente, sus buenas cualificaciones están infrautilizadas. Los ingredientes para crear atmósferas de atonía y desánimo están servidos. Es fácil caer en situaciones de indefensión aprendida (Seligman y Abramson.1.978), en ellas las personas reducen su actividad y tono anímico por falta de conexión entre lo que hacen y las consecuencias que se derivan de ello. El sistema tiende a generar frustración e inacción. Los humanos no somos autómatas que se activan sólo por la paga a fin de mes; y menos aún si esta está garantizada. Los factores higiénicos de la motivación (Herzberg.1.959) están todos presentes en el funcionariado: salario, seguridad, oficinas cómodas, categoría profesional, vacaciones, buenos horarios, etc. Pero no son ellos los que dan la satisfacción laboral aunque, eso sí, su ausencia desmotivaría. Faltan, y mucho, los verdaderos motivadores: el sentido de reto, de logro, la autonomía y creatividad en el ejercicio del puesto, el reconocimiento auténtico y la progresión vinculada al logro. Esto es lo que añoran los buenos funcionarios. Como sustitutos de estos factores de “propulsión” ausentes muchos buenos funcionarios –y creo que bastante más de la mitad lo son– alimentan su motor motivacional con dos tipos de combustible: el del sentimiento legítimo de realizar un servicio público y el de cumplir con su sentido del deber.
Creo que nuestros gobiernos no deberían dar por perdida la batalla del estímulo profesional de los funcionarios. Hay muchos medios que pueden usarse para ello: la movilidad inteligente entre puestos, la evaluación y el reconocimiento de méritos, los sistemas de incentivos sensatos, la aplicación de disciplina justa (pocas cosas desaniman más que el laisssez faire ante los negligentes), etc. Nuestra sociedad lo necesita y los funcionarios también. Nos importa a todos.

Juan San Andrés es psicólogo y director de recursos humanos Juansanandres.com

2 comentarios:

  1. ¿Realmente el funcionario es, por lo general, una persona desmotivada en su puesto de trabajo? Me gustaría conocer los estudios al respecto y cómo se ha llegado a esa conclusión. Yo conozco muchas personas que trabajan para la función publica, y si tuviera que describir con palabras cuál es la motivación en su trabajo, no estarían entre ellas la desmotivación. Conozco empleados publicos de varios sectores, Educación, Sanidad, Junta de Andalucía, y ninguno de ellos me parece desmotivado. Personalmente, tengo una amiga que trabaja como maestra en un colegio público, su interés por la enseñanza y por el bienestar de sus alumnos describe a una persona muy motivada en su trabajo. Por todo esto, me pregunto qué es lo que lleva a la sociedad a pensar que un empleado público es una persona desmotivada.
    Por otro lado, la motivación del empleado público me parece fundamental. Es obvio que la motivación interna del empleado, depende en su mayoría de él mismo, del gusto por su trabajo, pero puede existir una ayuda externa para que se sienta satisfecho con lo que hace. Y me pregunto también, si la visión negativa que tiene gran parte de la sociedad sobre un empleado público, no estará entre las posibles causas de esta desmotivación, si es que realmente existe. Pienso que un paso hacia la motivación podría ser mostrar a la sociedad que los empleados públicos son personas comprometidas con su trabajo, y que han luchado mucho por alcanzar la posición que hoy tienen.

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  2. Elena, al igual que tu también conozco a muchas personas que trabajan en la función pública y que están motivadas, pero también es cierto que la motivación es como todo, hay gente de una manera y gente de otra y lo mismo que unos están motivados con su trabajo, otros se dedican a marear la perdiz simplemente. Supongo que lo que ha llevado a la sociedad a pensar en que los empleados públicos están desmotivados puede deberse quizás al trato pobre que algunos han dado en cuanto a atención al público. Nos ha pasado a todos de ir a alguna oficina y encontrarnos con el típico funcionario amargado que te trata mal y te desorienta en vez de ayudarte. Pero eso creo que tiene fácil solución, en cuanto a establecer una serie de actuaciones cara al público, como se hace en todas las empresas, y mas hoy en dia, que el tema de la crisis hace que las personas se fijen mas en la calidad de los servicios.

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